La economía pericial al servicio de las reestructuraciones empresariales
Si la claridad es —como decía Ortega— la cortesía del filósofo, en el caso de los peritos económicos constituye un deber inexcusable. La economía pericial es una disciplina que tiene por objeto prestar asistencia en procedimientos judiciales o arbitrales, así como en negociaciones previas, y por tanto requiere un enfoque que combine el rigor profesional con un estilo didáctico.
De uso creciente en el ámbito de la reestructuración empresarial, las pruebas periciales de tipo económico suelen versar sobre cuestiones de alto nivel técnico, como la valoración de una empresa en funcionamiento, la verificación de su grado de insolvencia, el análisis de sus perspectivas de viabilidad a corto y medio plazo o la comprobación del interés superior de los acreedores (esto es, que en un plan de reestructuración todos los acreedores recuperen al menos el mismo valor que en un escenario de liquidación concursal).
A la complejidad que entrañan estos temas se suma el hecho de que los destinatarios de las pruebas periciales —por lo general, despachos de abogados u órganos de justicia o de arbitraje— no tienen por qué contar con un conocimiento profundo sobre la materia objeto de análisis.
Aquí es donde entra en juego el perito, un experto en economía, contabilidad y finanzas, con una trayectoria acreditada en la profesión y, al mismo tiempo, con un afán de actualización continua en las técnicas del peritaje.
Pero el valor de su trabajo no radica en la autoridad que pueda tener como profesional, sino en el método que aplica. Atrás quedaron los tiempos en los que un perito supuestamente de reconocido prestigio formulaba un dictamen (‘opinión y juicio que se forma o emite sobre algo’, según el Diccionario de la lengua española) desprovisto de evidencias objetivas e imparciales. Ese modo de trabajo exigía un acto de fe por parte de los destinatarios y en no pocas ocasiones quedaba desautorizado ante los argumentos de la parte contraria.
En la economía pericial, un buen informe (‘descripción, oral o escrita, de las características y circunstancias de un suceso o asunto’, si consultamos de nuevo el Diccionario) debe apoyarse en el método científico, que consiste en la observación de un fenómeno, en la formulación de una hipótesis explicativa y en la comprobación experimental de dicha hipótesis. De tal manera que, a partir de una serie de datos empíricos y sin tener en cuenta consideraciones subjetivas, se emplean unas técnicas que conducen a unos resultados determinados.
He aquí una de las ventajas del método científico frente al modelo basado en la autoridad del perito: su carácter reproducible y verificable. Es seguro que cualquier otro profesional, partiendo de las mismas fuentes de información y aplicando procedimientos similares, obtendrá idénticas conclusiones.

Tan importante como el rigor en el uso de los datos y de la metodología es la claridad expositiva. De poco sirve que el perito domine su campo de especialidad si luego es incapaz de plasmar ese conocimiento en un lenguaje accesible para los receptores del informe. Además de saber, el perito debe saber explicar.
Ello pasa por adaptar el registro lingüístico al público al que se dirige. Conviene evitar en la medida de lo posible el empleo de acrónimos y de tecnicismos, que en muchos casos resultan innecesarios y no hacen sino obstaculizar la comprensión de los textos.
Más aún si se trata de términos tomados del inglés, como por ejemplo “EBITDA”, que responde a earnings before interest, taxes, depreciation and amortization (‘beneficios antes de intereses, impuestos, depreciación y amortización’). Si los grandes periódicos económicos del mundo anglosajón, dirigidos a la comunidad financiera internacional, desarrollan siempre el acrónimo e incluso añaden un breve comentario explicativo, con más razón debe hacerse en un documento destinado a un público no especializado y de habla hispana.
Asimismo, una redacción cuidada y un diseño atractivo, con el uso de elementos gráficos cuando proceda, son características indispensables de un buen informe.
Esa misma actitud didáctica deberá presidir la actuación del perito si le corresponde ratificar el informe ante un órgano judicial o arbitral. Ya sea a preguntas de un juez o de un abogado o en un careo con otro perito, su papel consiste en arrojar luz sobre el objeto de discusión y en aclarar las posibles dudas que tengan los responsables de dirimir el litigio. Cuanto más ilustrativa sea su intervención, mayores serán las probabilidades de éxito de su trabajo.
En definitiva, hoy en día resulta inadmisible el viejo planteamiento basado en la autoridad del perito, sin otros argumentos más allá de su propio criterio. La economía pericial ha evolucionado con el paso del tiempo y el incremento de la litigiosidad hace necesario contar con peritos profesionales que apliquen en su trabajo el método científico y que adopten un estilo didáctico al servicio de los intereses de sus clientes.